Francisco Columna IV
Parte I
Parte II
Parte III
Tercera tontería: No es verdad que el nombre del autor de este libro sea desconocido de todos los eruditos, sino que, por el contrario, todos los sabios saben, y la mayor parte de los ignorantes no ignora, que lo escribió Francesco de Colonna o de Columna, fraile dominico del convento de Treviso, donde murió el año 1467, aunque algunos biógrafos atolondrados le confundan con el sabio doctor, casi homónimo suyo, Francesco de Colonia, que murió sesenta años después. Por cierto que los dos están enterrados a pocos pasos de tu tienda. Y después de esto que te digo, Apóstolo, me excusarás la demostración de la cuarta equivocación, mayor que las tres anteriores, porque suponías que yo ignoraba la existencia de este magnífico libraco, y no sé qué me contiene, porque podría demostrarte que hasta me lo sé de memoria.
-¡Eso no! –exclamó vivamente Apóstolo-. Y le desafío a usted a hacerlo, porque está escrito en un lenguaje tan heteróclito, que ninguno de mis amigos de Treviso, de Padua, ni de Venecia se atrevió a descifrar ni siquiera una página; y si, como usted dice, se lo sabe de memoria, me avengo a regalárselo, de bonísima gana desde luego, por sus buenas enseñanzas. Iba a publicar el anuncio del libro en la Gaceta Literaria del Adriático con los méritos que les dije, y ello me hubiera hecho perder para siempre mi alta y buena reputación de librero entendido.
-Lo que tú mismo acabas de decir respecto del raro estilo del autor y de las vanas tentativas de tantos doctos como quisieron interpretarlo demuestra que me pides una comprobación fastidiosa e ingrata, que además nos ocuparía todo el día. ¿Y qué sería del folletín si yo recitase toda la Hypnerotomachia desde el alfa a la omega. Acepto el desafío si te contentas con una prueba no menos decisiva, aunque más fácil y expeditiva. Los capítulos del libro son harto numerosos para cansar tu paciencia; pues bien, me comprometo a decirte sucesivamente las iniciales de cada uno, empezando por el primero, que ahora tienes bajo el dedo.
-Está dicho –replicó Apóstolo-. ¿La primera letra del primer capítulo?
-Una P –contestó el abate-. Busca el segundo.
La letanía era larga, pero Lowrich fue diciendo las letras iniciales de los treinta y ocho capítulos sin equivocarse ni una sola vez.
-Adivinar una letra entre las veinticuatro del abecedario puede ocurrir por un azar grande y sin que el diablo intervenga en el asunto –hizo observar con tristeza Apóstolo-; mas para acertarlas treinta y ocho veces seguidas es necesario algo así como jugar con dados falsos. Tenga usted el ejemplar, señor abate, y no hablemos más del asunto.
-¡Líbreme Dios de abusar de tu candorosa inocencia, oh fénix de los bibliófilos! Lo que acabas de ver no es mas que una tranpa casi indigna de un niño de la escuela. Has de saber ahora que el autor del libro quiso encerrar su nombre, su profesión y su amor en las iniciales que forman una frase cuyo secreto te recomiendo que no le preguntes a la Biografía Universal de París, porque perderías la apuesta que acabo de ganarte. La frase sencilla y conmovedora es ésta, fácil de retener: Poliam frater Franciscus Columna peramavit, o sea: “El hermano Francisco Columna adora a Polia.” Y ahora sabes acerca de este punto tanto como Bayle y Próspero Marchand.
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