lunes
21.3.05

Taller de Creación II

Escrito por Yavannna
Se inauguró esta sección con un poema de Madsen, ahora continuo yo con la antorcha, con un relato que precisamente envié a Vallecas Calle del Libro donde trabaja nuestro mentado bibliotecario.

Me he excedido en los caracteres, así que he pensado "Bueno al menos lo publico aquí"

Espero que os guste... como dirían los estadounidenses en sus películas "Basado en una historia real"

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Historia de un libro en tiempos de epidemia

A las ocho me despiertan a diario, impasibles encienden todas las luces y me sacan de mi letargo, no obstante, permanezco en duermevela hasta casi las nueve de la mañana.

A media mañana un compañero de estante me dice que ha visto a mi amigo, las personas que nos cuidan ya no albergan ninguna esperanza y se les ve preocupados, dicen que hay que buscar más casos similares, es posible que por eso haya habido tanto movimiento esta mañana, parece ser que han encontrado más compañeros con los mismos síntomas; es posible que suframos alguna clase de epidemia.

Poco más tarde y después de conocer las malas noticias a todos nos ha comenzado a entrar un miedo irracional en cada una de nuestras hojas. Yo he intentado esconderme, pero unas manos presurosas me han atrapado, no quiero abrirme, no quiero desvelar todos mis secretos, me atenaza un profundo miedo.

He descubierto un truco infalible para no estar en uso, mientras me leían, me he desgarrado un poquito tan solo el lomo, ha sido doloroso, pero a fin de cuentas es por culpa de esa vieja herida de guerra que nunca acaba de cicatrizar en condiciones. Mi lector me ha portado cuidadoso hasta la bibliotecaria.

- Perdona

- Si, dime

- Este libro se ha desencolado

- De acuerdo, déjalo aquí y en unpar de días a lo sumo volverá a estar en su sitio

La bibliotecaria me ha dejado sobre la mesa y entonces he podido ver a mi infatigable amigo, lacónico y expuesto para el escarnio público, más de la mitad de sus hojas arrancadas; un escalofrío inmenso ha recorrido mis pastas.

Me muevo levemente por la mesa, es posible que si me escondo no me encuentren y no sufra tan fatídico destino.

Me rescatan de mi anonimato y encolan mi lomo, comento la epidemia con unos cuantos vecinos de cama, todos confirmas mis dudas y temores, nadie se salva de la masacre y a mi comienza a entrarme un sudor frío al pensar en las láminas que albergo y de las que antaño me sentía tan orgulloso.

Vuelvo a mi estantería con mis conocidos y amigos, los bibliotecarios maldicen entre ellos por culpa de este maldito virus, pero no pueden hacer nada más que esperar que no siga extendiéndose.

Cae la tarde en la cristalera frente al estante, las hojas de los árboles comienzan a agitarse y yo me tomo una merecida siesta.


Adormilado me sacan de mi estante, no me llevan a una mesa – consulta rápida, pienso – y ni me molesto en desperezarme.

Una cuchilla afilada rasga insaciable e impasible mis hojas, lloro tinta, sangro cola, grito letras.


El fin ha llegado.


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